Contra el típex

¿Qué perdemos cuando intentamos borrar nuestros errores? Del furor del Típex en los 2000 al manuscrito tachado de Flaubert, una reflexión sobre perfección, escritura y el valor de lo imperfecto.

Imagen con el texto ‘Contra el típex’: a la izquierda un escritor clásico, en el centro un corrector de cinta y a la derecha un manuscrito tachado. Diseño de Bibliobyte sobre la importancia de mostrar el proceso creativo sin ocultar correcciones.
Los manuscritos de grandes escritores están llenos de tachones y correcciones: la escritura es un proceso vivo, no un producto perfecto desde el inicio.

Claves para entender cómo ha cambiado nuestra relación con el error.

Hubo un tiempo en que los errores formaban parte de la página, igual o más que los aciertos.

Se tachaba, se escribían notas en los márgenes, se manchaba la hoja de tinta y de experiencia. Error, error y por fin acierto.

Entonces llegó el típex. Y todo cambió.

Escribir sin detenerse importaba más que corregir. Como hacemos muchas veces con la vida, dejamos un desorden, continuamos sabiendo que dejamos temas por resolver. Tapar nuestros errores no harán que desaparezcan.

Pasamos del error evidente a un rectángulo blanco perfecto, una cinta, un pincel rápido. Una solución mágica, no para no cometer errores, sino para pretender que nunca han existido.

Típex azul sobre fondo gris claro, fotografía de charlesdeluvio en Unsplash.
Imagen de charlesdeluvio en Unsplash — Un típex nuevo, intacto… pero ¿necesitamos realmente corregirlo todo?

Recuerdo que en el colegio fue todo un furor. Entre finales de los noventa y los primeros dos mil, todos teníamos típex en el estuche, junto al subrayador fosforito y los bolis de colores. Algunos se volvían absolutos maestros en el ocultamiento del error y en esa presentación perfecta, blanca, impoluta: desprovista de humanidad; de proceso cognitivo.

Nunca llegué a gastar uno. Al usarlo por primera vez, sentí algo muy desagradable a lo que no pude poner palabras en ese momento. Ahora sí. Era miedo.

Un pánico atroz a la imposibilidad de poder mirar atrás.

A no saber, tiempo después, en qué me había equivocado.

¿Qué había sido tan grave como para merecer ser ocultado?

¿Y si lo verdaderamente valioso no estaba en el acierto legible, sino en ese error sepultado del que ya nunca aprenderé nada?

¿Y si no había sido un error en primer lugar?

¿Y si lo descarté por miedo al qué dirán?

¿Qué parte de mí dejé atrás para encajar, y ya no podré recuperar?

No era solo el típex. Era lo que el típex anticipaba. Una nueva forma de estar en el mundo. La hoja de ruta era clara: la perfección manda.

Lo mismo que pasó con el típex pasó, años después, con el Photoshop. Con los filtros de Instagram. Con la edición milimétrica de cada texto, cada imagen, cada recuerdo.

Aprendimos a mostrarnos solo después de pulirnos. A adaptarnos al ojo público. Y en ese camino, fuimos perdiendo partes de nuestra verdad, de nuestra historia y de nuestra esencia.

Y lo aprendimos muy pronto.

El manuscrito de Flaubert

Manuscrito corregido a mano de Un corazón simple de Gustave Flaubert, con tachaduras intensas y reescrituras. Fuente: Wikimedia Commons.
Manuscrito original de Un cœur simple de Gustave Flaubert. Imagen publicada en Un Cœur simple (Le livre de Poche, 2001). Foto: Roger-Viollet. Dominio público – vía Wikimedia Commons.

Observemos por ejemplo, esta página que corresponde al manuscrito Un corazón sencillo de Flaubert (publicado en 1877). Aquí la escritura es un campo de batalla. Es el testimonio palpable de un proceso creativo obsesivo. De esta imagen podemos extraer conclusiones sobre cómo escribía Flaubert:

  • Escribir es esculpir:

Fíjate en la profusión de líneas gruesas que tachan pasajes enteros.

Flaubert no se casa con sus primeras ideas: las escribe, las contempla, y luego las amputa sin piedad si no transmiten justo aquello que busca.

Para él, cada palabra tiene que ser la más precisa (“la mot juste”).

  • No piensa (ni escribe) de forma lineal:

En la página reaparecen fragmentos en los márgenes, flechas que conectan unas frases con otras, añadidos interlineales.

Eso nos habla de un pensamiento no lineal: al avanzar en el relato, Flaubert relee lo anterior y se permite corregir, ajustar, matizar.

Solo cuando el texto cobra cuerpo, aparecen los verdaderos hallazgos.

  • Atención al ritmo y a la armonía:

Aunque a simple vista el manuscrito parezca caótico, las correcciones tienen un sentido musical.

Al borrar o reubicar adjetivos y adverbios, Flaubert busca una cadencia interna: pausas estratégicas, respiraciones estilísticas.

No solo escribe: compone.

  • Planificación dinámica:

 No hay aquí un “plan de índice” rígido, sino un bosquejo vivo.

Un bloque de texto grande tachado significa un cambio de rumbo narrativo o una escena reescrita por completo.

Flaubert experimenta con la estructura mientras escribe: prueba caminos, desecha algunos, refuerza otros.

Es como si, pese a la dureza del proceso, dejara que su historia viviera libre y tomara decisiones propias. Incluso equivocándose, como lo haría un humano.

  • La paciencia y la tenacidad valen tanto como el talento:

Este fragmento nos enseña que escribir es, sobre todo, reescribir.

Requiere paciencia, pulso crítico y una escucha afinada para cada matiz del lenguaje. Pero también es un canto a la libertad creativa: para innovar, uno debe permitirse el desorden inicial y confiar en que, tras la sucesión de tachones, emergerá algo con armonía y fuerza propia.

¿Y si Flaubert hubiera usado típex?

¿Qué habríamos aprendido de su proceso si no existieran estas páginas llenas de tachones, flechas, márgenes reescritos?

Sabemos algo por sus cartas, claro. Pero es aquí, en el cuerpo vivo del manuscrito, donde vemos lo que no siempre se dice:

Lo que se atrevió a tachar para acercarse a lo que de verdad quería decir.

Si hubiera cubierto cada paso con una capa blanca perfecta, solo nos quedaría el resultado.

Y el resultado nunca cuenta toda la historia. La disfraza.

Bibliobyte nace desde ahí.

Desde esa mancha que no se borra. Desde la necesidad de defender el borrador como una forma legítima de conocimiento.

De mostrar el proceso, no esconderlo.

De acompañarte en ese camino no como juez, sino como cómplice.

Porque no todos los errores son errores, y a veces la frase que pensabas tachar es justo la que contiene tu verdad.


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📚 Recomendados

  • Tres cuentos (incluye “Un corazón sencillo”) — Gustave Flaubert Para leer la pieza citada y contrastar borrador vs. resultado final.
  • Madame Bovary — Gustave Flaubert (edición crítica/anotada) Ritmo, precisión y “le mot juste”: un caso de reescritura meticulosa.
  • La cocina de la escritura — Daniel Cassany Biblia práctica de borrador y revisión: pensar, cortar, clarificar.
  • El arte de la ficción — John Gardner El “sueño vívido y continuo”: criterios de edición más allá del maquillaje.
  • Ejercicios de estilo — Raymond Queneau La misma escena en mil variantes: laboratorio antiperfeccionismo.
  • Escribir — Marguerite Duras Poética del proceso: verdad, vacío, y la página que no se blanquea.

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Guillem Serradell Asensi Ver Perfil
Soy guionista, escritor y creador de Bibliobyte: un proyecto narrativo donde cuerpo, palabra y tecnología se entrelazan. Aquí comparto manifiestos, reflexiones y relatos que exploran lo raro, lo íntimo y lo que no encaja en los márgenes del algoritmo. Bibliobyte no es una marca. Es una mutación.

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